Coincide este domingo con el paso de quincena del mes de agosto, fecha en la que en muchos lugares se celebran fiestas en honor de la Asunción de Nuestra Señora y de San Roque.
Es tiempo de convivencia familiar, de cenas amigas, de celebraciones generosas. En vacaciones gusta el encuentro distendido ante un sorbo de bebida fresca y un aperitivo.
La Liturgia de la Palabra escoge para este tiempo el discurso del “Pan de Vida”, del Evangelio de San Juan, no solo por completar el texto evangélico más corto, como es el de Marcos, sino por acercarse al ambiente festivo del tiempo de estío.
Según el Cuarto Evangelio, Jesús se convierte en el mejor anfitrión, y da cumplida respuesta a los pasajes sapienciales, clave de interpretación por la que se comprenden muchos escritos del Antiguo Testamento.
Al leer el párrafo del libro de los Proverbios: "Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia."» (Prov 9, 6), es fácil recordar las palabras de Jesús en Cafarnaúm: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56).
La buena mesa no solo se aprecia por los manjares que en ella se sirven, también depende de la conversación y el acompañamiento que se tenga, para que realmente la participación en el banquete se convierta en un momento especial. De ahí que la liturgia haya escogido el verso del salmo: “Venid, hijos, escuchadme: os instruiré en el temor del Señor” (Sal 33), para significar no solo que somos invitados a comer, sino también a la mesa de la Palabra, para conocer la sabiduría del Maestro.
Gracias a la enseñanza aprendida, como señala San Pablo: “Fijaos bien cómo andáis; no seáis insensatos, sino sensatos” (Ef 5,15), el encuentro rezuma abundancia de manjares, de sabia conversación de la que se deriva el aprendizaje esencial para caminar por el sendero de la vida satisfechos y gozosos.
¿Puedes decir que has participado durante este tiempo en la fiesta del Señor? ¿Has gustado el regalo de la Eucaristía? ¿Has escuchado con sosiego la Palabra de Dios? ¿Te has parado a evaluar el modo de vida y a ver si avanzas de manera sensata?
Posiblemente, aun te queda una quincena de vacaciones o de tiempo hasta empezar el curso. ¡Aprovecha la oportunidad!
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