“Hagan lo mismo en memoria mía” (Lc 22,19; 1Cor. 11,25-26), fueron las palabras con las que Jesús ordenó a sus discípulos celebrar la Eucaristía como “memorial” de su pasión, muerte y resurrección.
La comunidad primitiva entendió muy bien el mandato de Jesús y desde sus inicios comenzó a celebrar “La Cena del Señor,” como lo muestra el libro de los Hechos de los Apóstoles: “Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común… partían el pan en las casas y comían todos juntos alabando a Dios con alegría (2,44-46; cfr. Lc 24,30-32). Pablo mismo nos da la noticia de que en algunas comunidades (como la de Corinto) la celebración de la Eucaristía se prestaba a desviaciones. Es ahí donde tiene que reafirmar el verdadero sentido de la “Cena del Señor,” como él la llama (1Cor 11,20-32).
El Evangelio de hoy nos presenta, con un realismo crudo la identificación del “Pan de Vida” con el cuerpo y la sangre del Señor; además señala como requisito indispensable para obtener la vida eterna, comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús. Esto es una alusión clara a la práctica eucarística de los primeros cristianos.
El discurso del “Pan de vida” se sitúa inmediatamente después de la multiplicación de los panes, con esto se nos quiere indicar que Jesús no ha venido a dar cosas, sino a darse Él mismo a la humanidad. De esta manera le está manifestando la plenitud de su amor.
El discípulo debe tener esta misma actitud: debe considerarse a sí mismo como “pan” que hay que repartir, y de repartir su pan como si fuese él mismo quien se reparte. El discípulo de Jesús debe aprender de su maestro y llegar a ser total donación a los demás. Hacer que la propia vida sea “alimento disponible” para los demás como la de Jesús, repitiendo su gesto con la fuerza del Espíritu que es la de su amor, es la ley de la nueva comunidad cristiana. Se expresa en la Eucaristía, que renueva el gesto de Jesús. En ella se experimenta su amor en el amor de los hermanos y se manifiesta el compromiso de entregarse a los demás como Él se entregó.
La Iglesia siempre ha considerado a la Eucaristía como “el centro y el culmen de toda la vida cristiana,” teniendo plena conciencia de que no sólo recuerda acontecimientos del pasado, sino que actualiza el sacrificio redentor de Cristo, como afirma San Pablo: “Cada vez que comen de este pan y beben de esta cáliz, proclaman la muerte del Señor, hasta que él vuelva” (1Cor 11,26).
Si creemos realmente en las palabras de Jesús nuestras eucaristías serán manifestación de una vida eclesial auténticamente cristiana, donde se vive la fraternidad, el amor y la ayuda mutua; donde todos nos sentimos aceptados y acogidos; valorados y tomados en cuenta, cada cual de acuerdo a los carismas recibidos.
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