El domingo pasado el tema central del Evangelio era Jesús dador de vida. Ahora, sus adversarios no admiten que un hombre pueda tener origen divino y poseer y dar una vida que no se acaba. Jesús insiste: Él es el dador de vida eterna, por oposición a la que dio el maná, y esa vida se encuentra precisamente en su condición humana (carne), de la que ellos se escandalizan. Nos encontramos ante el escándalo mismo de la encarnación.
Dios, de distintas maneras había preparado a su pueblo para comprender y aceptar el acontecimiento salvífico de la Encarnación. El Midrash Rabbá de Ex. 13,17 dice: “¿Cuál es la manera acostumbrada? Todo el que compra esclavos los compara con la condición de que ellos lo laven a él, lo unjan, lo vistan, lo carguen e iluminen el camino delante de él. Pero el Santo, bendito sea, no hizo así con Israel, sino que no los condujo el Señor según la manera acostumbrada, sino que Él los lavó como se dijo: “Yo te he lavado con agua.” Y los ungió como se dijo: “Yo te ungí con aceite.” Y los vistió como se dijo: “Yo te vestí de bordados.” (Ez 16,9). Y los cargó como se dijo: “Y los llevé sobre alas de águila.” (Ex 19,4). E iluminó delante de ellos como se dijo: “Y Yahvé caminaba delante de ellos de día y de noche en una columna de fuego para alumbrarlos” (Ex. 13,21).”
En toda la tradición rabínica de Israel Dios aparece como el servidor de su pueblo. Esto se predicaba en las sinagogas, se leía en los libros de los rabinos y al pueblo le gustaba escucharlo. Pero cuando Dios decide hacer realidad esto que los rabinos predicaban, el pueblo se escandaliza. Les parece imposible aceptar aquello que sólo era una bonita idea teológica. Pero que Dios en realidad decida hacer un hombre como nosotros, se haga servidor nuestro, y para darnos vida muera, eso ya es otro cantar; y les parecía un imposible, como imposible le parecía a Pedro que Jesús le lavara los pies.
Los paisanos de Jesús dudan de sus palabras. Lo conocen muy bien y saben de quién es hijo.
“¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?” Sin embargo, Jesús afirma que si queremos tener la vida eterna es necesario creer en Él y en su Padre que lo ha enviado.
Si la encarnación causó escándalo, el hecho de que Jesús se haga pan para darnos vida provoca murmuración. Sólo aquellos que escuchan al Padre y aprenden de Él son capaces de entender su plan de salvación y de creer en Jesús. “Jesús es el pan vivo bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.”
Sólo si aceptamos que Dios se hizo hombre y este hombre se hizo pan de vida, podremos reconocer en el pobre y en el rico, en el que sufre y en el que ríe, en el libre y en el preso, en el abstemio y en el alcohólico, en el joven y en el anciano, el rostro de Jesús.
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