EN LAS
MANOS DE DIOS
Suele ser
normal, al principio de curso, hacer proyectos, marcar objetivos, programar
acciones para evaluar resultados. Y cuando cumplimos los objetivos y realizamos
las actividades programadas nos sentimos satisfechos.
Es bueno,
mientras no se escucha la voz interior, seguir la disciplina de un
posible programa, pero hay realidades que no son fruto de la realización de un
proyecto, sino de la obediencia al plan que Dios revela de diversas maneras,
bien con mociones interiores, en los acontecimientos, bien con una
sorprendente providencia que conduce como de la mano. El profeta afirma: “Lo
que el Señor quiere prosperará por su mano” (Is 52,13). A la vez que trabajamos
en los distintos objetivos, esta experiencia debe darnos confianza y
sensibilidad para averiguar lo que Dios quiere.
Es
natural que al ver realizados nuestros deseos sintamos alegría, pero no siempre
lo que Dios quiere pasa por el éxito mundano. Con frecuencia la voluntad divina
se manifiesta en la paradoja de la Cruz. “El Hijo del hombre no ha venido para
que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,
45).
El autor
de la carta a los Hebreos nos invita a poner nuestros ojos en el Trono de
gracia -“Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar
misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Hbr 4, 16), que
no es, como podría parecer, la sede lujosa, sino la Cruz de Cristo.
El
creyente no desea otra cosa que colaborar con el plan divino, y cuando pone su
afán en diversas tareas, siempre debe condicionar el esfuerzo a la coincidencia
con la gracia, para no hacer del seguimiento evangélico, o de la evangelización
un proyecto pretencioso. El salmista recomienda la actitud adecuada:
“Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo” (Sal 32).
Este
planteamiento choca con el que tenían los discípulos de Jesús, cuando discutían
por los primeros puestos, y en ello cifraban el logro o el fracaso. ¡Cuántas
veces los éxitos nos llevan a un personalismo inadecuado! El Maestro les indica
la participación necesaria en su Cáliz, que no es otro que el dar la vida por
amor a los demás.
Todo
proyecto que busque la realización personal, aunque sea honesto, puede caer en
el error de los Zebedeos, cuando le pidieron a Jesús: «Concédenos sentarnos en
tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Mientras que los que buscan
el plan de Dios, no pretenden otra cosa que entregar la vida.
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