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XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. DOMINGO MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS MISIONES. Is. 60,1-6; Heb. 4,14_16; Mc. 10,35-45.

Enviado por Unknown el lunes, 19 de octubre de 2015 | 11:28 a.m.


 
 
P. Ángel Moreno de Buenafuente.

EN LAS MANOS DE DIOS

Suele ser normal, al principio de curso, hacer proyectos, marcar objetivos, programar acciones para evaluar resultados. Y cuando cumplimos los objetivos y realizamos las actividades programadas nos sentimos satisfechos.

Es bueno, mientras no se escucha la voz interior, seguir la disciplina de un  posible programa, pero hay realidades que no son fruto de la realización de un proyecto, sino de la obediencia al plan que Dios revela de diversas maneras, bien con mociones interiores, en los acontecimientos,  bien con una sorprendente providencia que conduce como de la mano. El profeta afirma: “Lo que el Señor quiere prosperará por su mano” (Is 52,13). A la vez que trabajamos en los distintos objetivos, esta experiencia debe darnos confianza y sensibilidad para averiguar lo que Dios quiere.

Es natural que al ver realizados nuestros deseos sintamos alegría, pero no siempre lo que Dios quiere pasa por el éxito mundano. Con frecuencia la voluntad divina se manifiesta en la paradoja de la Cruz. “El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10, 45).

El autor de la carta a los Hebreos nos invita a poner nuestros ojos en el Trono de gracia -“Acerquémonos con seguridad al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (Hbr 4, 16), que no es, como podría parecer, la sede lujosa, sino la Cruz de Cristo.

El creyente no desea otra cosa que colaborar con el plan divino, y cuando pone su afán en diversas tareas, siempre debe condicionar el esfuerzo a la coincidencia con la gracia, para no hacer del seguimiento evangélico, o de la evangelización un proyecto pretencioso.  El salmista recomienda la actitud adecuada: “Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo” (Sal 32).

Este planteamiento choca con el que tenían los discípulos de Jesús, cuando discutían por los primeros puestos, y en ello cifraban el logro o el fracaso. ¡Cuántas veces los éxitos nos llevan a un personalismo inadecuado! El Maestro les indica la participación necesaria en su Cáliz, que no es otro que el dar la vida por amor a los demás.

Todo proyecto que busque la realización personal, aunque sea honesto, puede caer en el error de los Zebedeos, cuando le pidieron a Jesús: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.» Mientras que los que buscan el plan de Dios, no pretenden otra cosa que entregar la vida.

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