P. Ángel Moreno de Buenafuente.
ACOSO Y TENTACIÓN
Profesar la fe cristiana no es un placebo, ni una fórmula mágica para
tener un seguro contra toda inclemencia.
Por el contrario, los seguidores de Jesús debieron de quedar desconcertados
desde el primer momento al tener pensamientos pretenciosos de querer hacer del
Maestro un jefe político con el que ganar el poder y alcanzar cotas de
seguridad.
En un principio, el discípulo se escandaliza de lo que dice Jesús acerca
de Sí mismo, que tiene que sufrir. Ve en ello su propio destino, y la
naturaleza rehúye todo lo que significa sufrimiento, dolor o contrariedad. Sin
embargo, el signo cristiano por excelencia es la Cruz, no como amenaza, sino
como llave para experimentar la salvación.
Los discípulos del Nazareno no estarán en mejores condiciones que su
Maestro, pero ellos tienen la seguridad de la palabra dada por Jesús. Ya desde
las profecías del Antiguo Testamento se adelantaba la imagen del Crucificado:
“Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones,
nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada;
veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida” (Sb
2, 12). Los salmos, en muchas ocasiones, reiteran el padecimiento del justo,
que en visión cristológica profetiza al Señor: “Unos insolentes se alzan contra
mí, y hombres violentos me persiguen a muerte, sin tener presente a Dios” (Sal
53).
En muchos lugares, este domingo coincide con celebraciones en honor del
Santo Cristo, por la cercanía al 14 de septiembre, fiesta de la Exaltación de
la Cruz. La liturgia de la Palabra nos propone el misterio glorioso de la
Pasión y Resurrección del Señor, de su Cruz exaltada, cuando Jesús advierte a
los discípulos que aquel que comparta su pasión, participará de su
resurrección. “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y
lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará” (Mc 9, 35).
Si nos fijamos en la enseñanza del apóstol Santiago, vemos que la
persecución nos puede sobrevenir no solo desde fuera y de forma violenta, sino
que entre los mismos creyentes cabe sufrir la cruz de la intriga, del
descrédito, de los bandos ideológicos, comportamientos que conllevan mucho
dolor. El apóstol advierte: “Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y
toda clase de males” (Sant 3, 16).
Vivimos momentos propicios para acrisolar la fe, purificar la razón del
seguimiento evangélico, testimoniar la coherencia cristiana, y para estar
advertidos de los peligros externos e internos que acechan a quienes desean
avanzar por la misma ruta que el Maestro.
0 comentarios:
Publicar un comentario