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LAS DOS VIDAS. (Jn. 6,22-36). “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?” (Mt 16,26).

Enviado por Unknown el domingo, 2 de agosto de 2015 | 1:01 p.m.


 
 
Pbro. Lic. Salvador M. González M.

            Comienza la explicación del episodio de los panes. Los que habían comido acuden a Jesús, deseosos de continuar en aquella situación de éxodo, que les aseguraba el sustento sin esfuerzo gracias a la acción de un líder.
 
            Jesús les explica entonces que no basta encontrar solución a las necesidades materiales, sino que hay que aspirar a la plenitud humana y esto requiere la colaboración del hombre. Para ello les propone la diferencia entre dos clases de alimento, que producen dos clases de vida: la pasajera y la definitiva. La condición para obtener la segunda, es creer en Cristo como el enviado del Padre, el verdadero pan del cielo.

            Al igual que los judíos del tiempo de Jesús, son muchos los cristianos que buscan de Dios el sustento diario sin esfuerzo ni compromiso. Ruegan, y hasta veladoras encienden, sacarse la lotería, encontrar un tesoro o heredar al pariente rico. Otros andan agobiados pensando que van a comer, a beber o a vestir, se van al otro extremo, se afanan demasiado por esta vida cuando, por mucho esfuerzo que hagamos, no somos capaces de añadir ni quiera una hora al tiempo de nuestra vida. Hay personas que traban hasta dos turnos, para  ellos no hay día descanso ni vacaciones; sólo piensan en ganar y en ganar dinero. Están tan metalizados que hasta inventaron un refrán: “El tiempo es oro.” Sus triunfos o fracasos los   cuentan de acuerdo a las ganancias o pérdidas que tienen en sus negocios, sus alegrías y tristezas están determinadas por lo mismo. Y lo que es todavía peor, hay algunos que buscan el dinero fácil vendiendo droga, extorsionando, secuestrando, cometiendo fraudes, robando y asesinando.

Hoy Jesús nos invita a reflexionar. Nos afanamos demasiado por esta vida cuando un sola cosa es la importante: ganar la vida eterna, esa vida que no se acaba, la única vida por la que realmente vale la pena empeñar todo nuestro esfuerzo y dedicación y a la que, desgraciadamente, le damos menos importancia.

            “Cuentan que había una vez un avaro que después de haber ahorrado cinco millones de dólares se las prometía muy felices pensando en el estupendo año que iba a pasar haciendo cálculos sobre el mejor modo de invertir su dinero. Pero, inesperadamente, se presentó el ángel de la muerte para llevárselo consigo.

            El hombre se puso a pedir y a suplicar, apelando a mil argumentos para que le fuera permitido vivir un poco más, pero el ángel se mostró inflexible. “¡Concédeme tres días de vida, y te daré la mitad de mi fortuna!” le suplicó el hombre. Pero el ángel no quiso ni oír hablar de ello y comenzó a tirar de él. ¡Concédeme al menos un día, te lo ruego, y podrás tener todo lo que he ahorrado con tanto sudor y esfuerzo! Pero el ángel seguía impávido.

            Lo único que consiguió obtener del ángel fueron unos breves instantes para escribir apresuradamente la siguiente nota: “A quien encuentre esta nota, quienquiera que sea: si tienes lo suficiente para vivir, no malgastes tu vida acumulando fortunas. ¡Vive! ¡Mis cinco millones de dólares no me han servido para comprar ni una sola hora de vida!”

            No de balde el Señor Jesús no dice en el Evangelio de hoy: “No trabajen por el alimento que se acaba, sino por el alimento dura dando una vida sin término, el que les dará el Hijo del Hombre” (Jn 6,27).
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