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I DOMINGO, EL BAUTISMO DEL SEÑOR. (Is 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Act 10, 34-38; Mc 1, 6b-11).

Enviado por Unknown el domingo, 11 de enero de 2015 | 11:56 a.m.

 
 
P. Ángel Moreno de Buenafuente.

CRISTO, BAUTIZADO EN EL JORDÁN
La Palabra de Señor de este domingo nos lleva a fijarnos en textos que presentan a Jesús como el Ungido por el Espíritu, en cumplimiento de las profecías: “Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero”. “Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones” (Is 42, 1).

Los acontecimientos que tuvieron lugar en el Jordán, en el tiempo en  que Juan Bautista predicaba, señalan el inicio de la misión pública de Jesús, presentado por el Precursor como el Ungido de Dios. “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo. (Act 10, 38).

El texto evangélico nos sitúa en el momento de la teofanía que muestra la identidad de Jesús, el Hijo Amado de Dios. “Llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar bacía él como una paloma. Se oyó una voz del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, mi preferido” (Mc 1, 11).

A la luz de la fiesta del Bautismo del Señor, podemos reavivar en nosotros la conciencia de lo que somos ante Dios, por haber sido bautizados, y renovar las promesas bautismales y la profesión de fe: “Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios”.

BAUTIZADOS EN CRISTO
Es día de sabernos ungidos por el Espíritu de Jesús, de reavivar la conciencia de lo que somos para Dios: hijos suyos, por adopción, pero hijos amados en el Hijo Amado. No es pretencioso que dejemos que Dios nos diga interiormente: “Tú eres amado”, “Tú eres mi hijo”, y sentir el abrazo del amor de Dios, la efusión del Espíritu Santo.

San Pablo llega a escribir: “No hemos recibido el Espíritu para recaer en el temor, sino para poder decir a Dios: Abbá”. Gracias al sacramento bautismal hemos sido introducidos en la familia de los hijos de Dios, y con esta conciencia se nos regala la serena confianza de que  nunca estamos solos.
Como sucedió en el Jordán, cada uno tiene en el fondo de su corazón el susurro del Espíritu que le recuerda nuestra identidad más asombrosa: somos hijos amados de Dios.

No desacredites tu identidad, no malverses el regalo precioso que por pura gracia has recibido en el bautismo. Invoca a Dios con las mismas palabras con que lo hacía Jesús: “Abbá”, “Papá”, y deja que tu corazón se inunde de luz y de confianza, sabiéndote sumergido en el conocimiento divino.
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