P. Ángel Moreno de
Buenafuente.
RAZÓN DE LA
ESPERANZA CRISTIANA
Apoyados en los
textos sagrados que se proclaman este domingo, podemos afirmar que no estamos
hechos para la corrupción, ni nuestro destino es el polvo. Hemos sido creados
para gozar la vida eterna. El salmista canta: “Se me alegra el corazón, se
gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la
muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.” (Sal 15).
El sentido del
salmo es sin duda profético, y se refiere a Jesucristo, resucitado de entre los
muertos y sentado a la derecha de Dios Padre con gloria. Pero ha sido el mismo
Jesús quien se ofreció a sí mismo por los pecados de todos, para que todos
podamos gozar de su destino. “Cristo ofreció por los pecados, para siempre
jamás, un solo sacrificio. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a
los que van siendo consagrados”. (Heb 10,14)
La liturgia de la Palabra de este domingo obedece a que celebramos prácticamente el último domingo del Tiempo Ordinario, ya que el próximo será la fiesta de Cristo Rey. Por este motivo, se nos propone a consideración los últimos tiempos, y la perspectiva teológica del final de la representación de este mundo.
Con la figura de
Cristo Majestad, que viene sobre las nubes del cielo, se describe el triunfo
definitivo del Señor, a quien se le someten todos los seres del cielo y de la
tierra. “Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder
y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro
vientos, de horizonte a horizonte”. (Mc 13, 27)
El juicio es de
Dios, no nos corresponde a nosotros anticipar el veredicto. Según las Sagradas
Escrituras, “los sabios brillarán como el fulgor del firmamento, y los que
enseñaron a muchos la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad” (Dn
12, 3). Será el momento de la gran sorpresa, al escuchar de labios de Jesús:
“Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve
sed y me disteis de beber…” Y estas bendiciones se aplicarán a muchos que
pasaron por el mundo haciendo el bien, aun sin saber que se lo hacían a
Jesús.
Los que han caminado por esta vida con la mirada puesta en el rostro luminoso de quien ha dado su vida por nosotros, no han tenido miedo al pensar en el encuentro con Cristo; por el contrario, han anhelado ese momento. Si ante el pensamiento de la vida eterna y del final de los días te intranquilizas, es una llamada a la confianza y al abandono en las manos de Dios, pero a su vez, también, a hacer el bien, porque al final será lo que nos sirva como título de bienaventuranza, gracias a la misericordia divina.
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