CREADOS A IMAGEN DE
DIOS
Siempre me parece
extraño que el Creador se dé cuenta, después de crear al hombre, de su
necesidad de que lo colocara en medio del jardín y de que le encomendara la
tarea de poner nombre a las cosas y de relacionarse con otro ser semejante. Y
Dios, al ver que Adán se aburría y que estaba triste, dice, según el texto
bíblico: -«No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él
que le ayude» (Gn 2, 18).
Sin duda que
estamos ante uno de los pasajes más ricos para introducirnos en el estudio de
la antropología, pues nos revela el anhelo insaciable del corazón humano en
relación con su sed de amor y su necesidad de ser amado.
La biología marca
una ley complementaria, que se realiza en el trato del varón y de la mujer. “Al
principio de la creación, Dios "los creó hombre y mujer. Por eso
abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los
dos una sola carne". De modo que ya no son dos, sino una sola carne. “Lo
que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” (Mc 10,9; Mt 19,6)
La Biblia consagra
la relación matrimonial como vocación sagrada. De tal forma que cuando Dios
quiere revelar a su pueblo el amor que le tiene, tomará la imagen de los
esponsales, como la más próxima a la verdad del amor divino: “Dios es amor”.
“Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de
olivo, alrededor de tu mesa” (sal 127).
Sin embargo,
teniendo en cuenta la afirmación del autor de la Carta a los Hebreos - “Al que
Dios había hecho un poco inferior a los ángeles, a Jesús, lo vemos ahora
coronado de gloria y honor por su pasión y muerte” (Hbr 2, 9)-, desde la
afirmación que leemos en el relato
bíblico de la creación, de que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza,
siendo el rostro del Hijo único de Dios el modelo en el que se fijó el Creador
para hacer al ser humano, cabe intuir que la soledad que experimentó Adán no
era por error divino, sino huella de la imagen del que elevado en la Cruz no
tiene otra relación posible que su Padre.
El matrimonio es
expresión del amor divino, pero a su vez, las relaciones humanas dejan
experimentar el límite de la soledad, que no puede complementar ni la tarea de
poner nombre a las cosas -ejercicio de dominio-, ni la alteridad semejante.
Solo Dios es complementariedad gozosa y plena.
En la soledad del primer hombre se detecta la razón de la experiencia agustiniana: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”. Y de la enseñanza teresiana: “Solo Dios basta”.
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