P. Ángel Moreno de
Buenafuente.
LA COPA QUE
BENDECIMOS
“Tomando una copa,
pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron.
Y les dijo: -«Ésta
es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no
volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el
reino de Dios».” (Mc 14,24)
El día 28 de mayo
último, fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, después de visitar la
exposición “Los caminos del Grial”, tuve el privilegio de celebrar la
Eucaristía, junto a los compañeros de mi arciprestazgo, en la catedral de
Valencia, dentro de la capilla donde se venera el Santo Cáliz.
Es conocida la gran
importancia de la hospitalidad en la cultura oriental, de tal forma que si
alguien invita a otro a su casa y le ofrece de comer o de beber, le está
demostrando una gran amistad. Se cuenta que Saladino, cuando venció a los
cruzados en la batalla de los “Cuernos del Hattín”, en Galilea, el 4 de julio
de 1187, le ofreció a Guido de Lusignan, rey de Jerusalén, un vaso de agua; y
con este gesto le indicaba que no lo mataría, en agradecimiento a lo que el rey
cruzado había hecho con la hermana del sultán cuando fue ofendida por Reinaldo
de Châtillon.
Ofrecer un trozo de
pan untado, como hizo Jesús con Judas, significaba la mayor intimidad, y nadie
podría sospechar que le estaba señalando como traidor, sino como todo lo
contrario.
En la Eucaristía,
Jesucristo sigue ofreciendo la copa santa como gesto de alianza, de perdón, de
amistad, y quien acepte beber de este cáliz con respeto y dignidad, se lleva la
prenda de la vida futura, porque aquel que come del pan partido en la Mesa del
Señor, y bebe de la Copa de la Salvación, recibe vida eterna.
La Eucaristía es
sacramento de la presencia real de Jesucristo y en ella se prolonga la
hospitalidad divina. Con ese gesto, Jesús nos ofrece la señal más auténtica de
su amistad y entrega generosa.
El salmista nos
brinda la expresión más adecuada: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha
hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal 115).
La adoración, la
hospitalidad, la entrega, el respeto, la gratitud, el sobrecogimiento, la
comunión, brotan en el corazón de quien se acerca con fe a la mesa santa. Al
tiempo que rendimos homenaje a la Eucaristía, aprendamos el mandamiento de la
hospitalidad magnánima, al menos con el perdón.
0 comentarios:
Publicar un comentario