P. Ángel Moreno de Buenafuente.
Hoy, como culmen de la celebración de los misterios pascuales, celebramos la solemnidad de la Santísima
Trinidad. Es día de profesar la fe en el
Dios revelado. “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el
único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”
(Dt 4,39).
No creemos en un Dios lejano, abstracto, proyección de nuestra necesidad
religiosa. Hemos recibido el Espíritu, que nos relaciona con un Dios personal,
entrañable, amigo, hermano. “Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio
concorde: que somos hijos de Dios; y, si somos hijos, también herederos;
herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom 8,17).
El privilegio de la fe nos debe suscitar el movimiento difusivo de
anunciar la verdad revelada: que el hombre ha sido creado por Dios, redimido
por Jesucristo, y sostenido y acompañado por el Espíritu. No estamos solos,
Dios nos habita; Jesús permanece con nosotros; su Espíritu se convierte en
nuestro acompañante interior. Es de justicia anunciar con alegría el Evangelio,
la Buena Nueva. Jesús nos envía: “Id y haced discípulos de todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28, 19).
Este día coincide con el 31 de mayo, jornada que culmina el mes dedicado
a honrar a la Madre de Jesús, la coronada en el cielo como Señora de todo lo
creado. Con la certeza del amor de Dios, nos inunda de alegría, porque no hay
dimensión humana que no esté invitada a una relación trascendente y amorosa,
pues el Creador, por los méritos de Jesucristo, nos ha hecho hijos y amigos
suyos, hermanos y templos sagrados. Contemplando a la Madre de Dios coronada de
gloria, sabemos que en ella se nos anticipa nuestro propio destino.
Quizá, ante la sublimidad del misterio divino, tan solo tenemos la
experiencia de la fe, de creer sin sentir, de creer sin ver, fiados de la
Palabra, y consolados con el testimonio de los santos. Santa Teresa nos deja el
de su visión: “Aquí es de otra manera: quiere ya nuestro buen Dios quitarla las
escamas de los ojos y que vea y entienda algo de la merced que le hace, aunque
es por una manera extraña; y metida en aquella morada, por visión intelectual,
por cierta manera de representación de la verdad, se le muestra la Santísima
Trinidad, todas tres personas, con una inflamación que primero viene a su
espíritu a manera de una nube de grandísima claridad, y estas Personas
distintas, y por una noticia admirable que se da al alma, entiende con
grandísima verdad ser todas tres Personas una sustancia y un poder y un saber y
un solo Dios; de manera que lo que tenemos por fe, allí lo entiende el alma,
podemos decir, por vista, aunque no es vista con los ojos del cuerpo, porque no
es visión imaginaria. Aquí se le comunican todas tres Personas, y la hablan, y
la dan a entender aquellas palabras que dice el Evangelio que dijo el Señor:
que vendría El y el Padre y el Espíritu Santo a morar con el alma que le ama y
guarda sus mandamientos” (Moradas VII, 1, 6).
Hoy recordamos de manera especial a los contemplativos, testigos
vivientes de quienes no se conforman sino con solo Dios. Ellos rezan por
nosotros. Recemos hoy por ellos.
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