P. Ángel Moreno de buenafuente.
Es frecuente encontrar el motivo pictórico que representa a la Virgen
María cobijando bajo su manto a los miembros de una Orden religiosa; en el caso
que vemos, a los monjes cartujos.
Sin duda que la pintura representa muy bien el deseo expresado en la
oración de la Iglesia desde los primeros siglos, que responde a la advocación
más importante de todas, según reza la plegaria: “Bajo tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios”.
El maestro Francisco de Zurbarán deja plasmado el color cartujano en la figura
de los monjes, firma del pintor, y a la Virgen la representa con los tonos
clásicos del rojo y el azul, reveladores de su identidad, mujer divinizada. La
exaltada a los cielos y coronada como reina, llena del Espíritu Santo,
convertida en Madre de todos los hombres, la Madre de Dios, extiende su manto
protector como defensa maternal. Este mismo motivo se puede ver relacionado con
otras órdenes, como la de los carmelitas y de los jerónimos.
El manto de la Virgen se
considera un medio de bendición. En Zaragoza existe la devoción de pasar a los
niños pequeños por el manto de la Virgen del Pilar, privilegio que tienen hasta
hacer la primera comunión. Resulta emocionante ver a las madres con sus niños
en brazos, que recogen unos infantitos,
monaguillos, y son quienes los pasan bajo el manto, para indicar así el espacio
sagrado, al que solo acceden los limpios de corazón.
Tocar el manto es una figura bíblica que aparece en diversos textos. El
profeta Eliseo recibe el manto de Elías y con él, la fuerza milagrosa del
maestro. En el Evangelio, una mujer enferma llega a tocar el manto de Jesús, y
se siente curada. Tocar el manto, recibirlo, heredarlo es participar en la
virtud de la persona al que pertenece.
Jesús nos dejó su manto al pie de la Cruz. El manto significa la naturaleza de la
persona, su dignidad. En su túnica, Jesús nos regala los méritos de su ofrenda,
a través del propio cuerpo inmolado, de la carne recibida de María. Al recoger
el manto del Crucificado de los pies de la Cruz, junto a su Madre, nos
convertimos en hijos de María, la Madre de todos los hombres. El gesto
protector de la Virgen obedece a la misión que le dio su Hijo. Todos, por
voluntad de Jesucristo, estamos cobijados bajo el manto de su Madre, hechos
hijos suyos.
San Pedro Crisólogo comenta: “No desprecies lo
que el poder de Dios te ha dado y concedido. Revístete con la túnica de la
santidad”. Cuida el manto que llevas, tu propio cuerpo, santuario de Dios, en
el que habita la presencia invisible del Espíritu Santo.
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