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LOS LEPROSOS HOY. (Mc 1,40-45) “Mientras le dure la lepra, seguirá impuro y vivirá solo, fuera del campamento” (Lv 13,46).

Enviado por Unknown el sábado, 14 de febrero de 2015 | 10:01 p.m.

 
 
Pbro. Lic. Salvador M. González M.

 Con todos los adelantos de la ciencia médica, la lepra no ha podido ser erradicada y sigue causando sufrimiento y dolor en algunas familias. Sin embargo no se puede comparar con los sufrimientos de los leprosos del tiempo de Jesús que además del dolor de estar enfermos tenían que soportar el agravante de la marginación. Eran expulsados de su comunidad y de su familia. A la marginación social se le agregaba la religiosa que era todavía más terrible. Sentirse rechazado por los hombres se soporta, pero saberse rechazado por el mismo Dios es el infierno.

 El libro del Levítico describe terriblemente la situación de los leprosos. Cuando se les descubría la enfermedad se les declaraba impuros, tenían que dejar su familia y salir del pueblo y además ir gritando: “soy impuro”. Si alguien los tocaba quedaba impuro y por tanto incapacitado para realizar cualquier actividad religiosa.

 El leproso del evangelio de Marcos viola la ley. Había escuchado hablar de los milagros que el profeta de Nazaret realizaba y su esperanza puede más que cualquier mandato. Saliéndole al encuentro se pone de rodillas y con humildad le suplica: “si tu quieres, puedes curarme”. El leproso manifiesta su confianza en el poder de Jesús y con profunda humildad suplica. Encontramos aquí un hermoso modelo de oración para nosotros los creyentes que muchas veces nos sentimos con derecho a exigir. Aquel que había sido expulsado del mundo de los hombres y que había experimentado en su propia carne el abandono de Dios, no exige, suplica con humildad.

 La respuesta de Jesús no podía ser otra. Su amor y compasión pueden más que una la ley que prohibía tocar a los leprosos. La fe de aquel hombre hace resonar la palabra esperada: “¡Si quiero: Sana!”.

 Hoy es muy raro encontrarnos con un enfermo de lepra, pero cuantos son los que sufren la misma marginación. Causan horror y rechazo, nos apartamos de ellos, los marginamos. Pensemos por ejemplo en los alcohólicos, drogadictos, prostitutas, presos, niños de la calle, ancianos, indígenas, etc. Todos ellos marginados, despreciados o ignorados por la sociedad. No sé, si al igual que los leprosos de antaño, también ellos experimenten el abandono de Dios. Lo que si tengo la seguridad es que Dios siempre está velando por ellos porque son sus hermanos pequeños más amados.

 Sí, todavía hay leprosos, muchos leprosos. Nosotros mismos tenemos la peor de las lepras; la del pecado, la del egoísmo y la soberbia. Pero hay alguien que puede sanarnos: El Señor Jesús. Acerquémonos a él con humildad y confianza y digámosle: “Si tu quieres, puedes curarme”.
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