como trigo. Pero yo he pedido por ti para que no pierdas la fe. Y tú cuando te
arrepientas, confirma a tus hermanos (Lc. 22,31-32.)
Pbro. Salvador M. González M.
Nos encontramos en el centro de la narración evangélica. Por primera vez, Jesús interroga a sus discípulos sobre su persona y Pedro confiesa explícitamente la dignidad mesiánica del maestro. Unido a la revelación de Jesús como Mesías está el anuncio de sus sufrimientos y su resurrección.
Los hechos suceden en Cesarea de Filipo, ciudad construida alrededor del año 3 aC., por el tetrarca Herodes Filipo, cerca de las fuentes del río Jordán, en honor de César Augusto. Era una ciudad habitada, en su mayoría, por paganos por lo que Jesús podía plantear en ella la cuestión mesiánica con menos riesgo de agitación nacionalista.
Jesús interroga a sus discípulos sobre la opinión que la gente tiene sobre su persona, para esto emplea la expresión “Hijo de hombre,” que designa al juez celeste de los últimos días. Todo el párrafo tiene como fin demostrar que Jesús es a un tiempo el revelador de los últimos días y un hombre que se acerca a la soledad y a la muerte.
Llama la atención la opinión del pueblo. Nadie cree que Jesús sea una personalidad excepcional desvinculada de la historia de Israel (Juan Bautista, Elías, Jeremías o alguno de los profetas). Todos piensan que podría ser un enviado de Dios, un recuerdo y un cumplimiento de sus intervenciones históricas en el pasado. Lo que se esperaba era simple: Una intervención decisiva de Dios para juicio y salvación de los hombres. Sin embargo, la gente no expresa la verdad completa sobre la persona y la misión de Jesús. El texto nos quiere llevar a la confesión de Pedro. Los hombres aciertan al tener a Jesús por un enviado de Dios, pero desconocen el carácter decisivo de su misión.
La Confesión de Pedro proclama a la vez la mesianidad de Jesús y su divinidad. Aunque Cristo e Hijo de Dios sean términos equivalentes, ambos designan al enviado escatológico de Dios para la salvación de todos los hombres.
Parece ser que el nombre griego de piedra (petros), no era usado como nombre propio antes de la era cristiana; traduce el arameo “kefa,” que significa roca. Jesús da a Simón este nombre y lo explica inmediatamente. Va a edificar su Iglesia sobre la persona de Pedro en cuanto confesor de la fe. Es la persona histórica de Pedro, como apóstol y confesor de la fe, la que constituye la piedra o el fundamento único cobre el que Cristo edifica su Iglesia. Lo que sabemos de la comunidad primitiva en Jerusalén, por los Hechos de los Apóstoles y las cartas, confirma esta declaración del Cristo de Mateo.
En el simbolismo de las llaves, Jesús promete a Pedro el ejercicio de la autoridad sobre el pueblo de Dios: Autoridad de enseñanza, de confesor y, por lo mismo, poder de excluir o de introducir a los hombres en el Reino. Jn 20,23 y Mt 18,18 van a extender este poder a todo el colegio apostólico; poder que es en definitiva el de absolver los pecados.
A Jesús no le importa lo que los demás digan de Él; le importa lo que tú y yo, discípulos suyos, creamos de Él. Para el mundo, Jesús de Nazaret fue un gran hombre, un filósofo, el fundador de una gran religión, un profeta, un santo, un místico, etc. Para nosotros, ¿Quién es Jesús? En el v. 20 Jesús prohíbe terminantemente a los discípulos decir que Él es el Mesías porque solo se podía otorgar una comprensión profunda de su mesianidad a los que aceptaran compartir sus sufrimientos. Teniendo en cuenta esto, ¿Seremos capaces de hacer nuestra lo confesión de fe de Pedro?
0 comentarios:
Publicar un comentario