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Cristo, Rey del Universo

Enviado por El Hermano Asno el viernes, 22 de agosto de 2014 | 3:00 a.m.


La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios.

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de diciembre de 1925. El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Durante el anuncio del Reino, Jesús nos muestra lo que éste significa para nosotros como Salvación, Revelación y Reconciliación ante la mentira mortal del pecado que existe en el mundo. Jesús responde a Pilatos cuando le pregunta si en verdad Él es el Rey de los judíos: "Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi Reino no es de aquí" (Jn 18, 36). Jesús no es el Rey de un mundo de miedo, mentira y pecado, Él es el Rey del Reino de Dios que trae y al que nos conduce.

Cristo Rey anuncia la Verdad y esa Verdad es la luz que ilumina el camino amoroso que Él ha trazado, con su Vía Crucis, hacia el Reino de Dios. "Si, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Jesús nos revela su misión reconciliadora de anunciar la verdad ante el engaño del pecado. Así como el demonio tentó a Eva con engaños y mentiras para que fuera desterrada, ahora Dios mismo se hace hombre y devuelve a la humanidad la posibilidad de regresar al Reino, cuando cual cordero se sacrifica amorosamente en la cruz.

Esta fiesta celebra a Cristo como el Rey bondadoso y sencillo que como pastor guía a su Iglesia peregrina hacia el Reino Celestial y le otorga la comunión con este Reino para que pueda transformar el mundo en el cual peregrina.

La posibilidad de alcanzar el Reino de Dios fue establecida por Jesucristo, al dejarnos el Espíritu Santo que nos concede las gracias necesarias para lograr la Santidad y transformar el mundo en el amor. Ésa es la misión que le dejo Jesús a la Iglesia al establecer su Reino.

Se puede pensar que solo se llegará al Reino de Dios luego de pasar por la muerte pero la verdad es que el Reino ya está instalado en el mundo a través de la Iglesia que peregrina al Reino Celestial. Justamente con la obra de Jesucristo, las dos realidades de la Iglesia -peregrina y celestial- se enlazan de manera definitiva, y así se fortalece el peregrinaje con la oración de los peregrinos y la gracia que reciben por medio de los sacramentos. "Todo el que es de la verdad escucha mi voz."(Jn 18, 37) Todos los que se encuentran con el Señor, escuchan su llamado a la Santidad y emprenden ese camino se convierten en miembros del Reino de Dios.

"Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tu me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. Yo ya no estoy en el mundo, pero ellos si están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros. ...No te pido que los retires del mundo, sino que los guarde del Maligno. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad." (Jn 17, 9-11.15-17)

Ésta es la oración que recita Jesús antes de ser entregado y manifiesta su deseo de que el Padre nos guarde y proteja. En esta oración llena de amor hacia nosotros, Jesús pide al Padre para que lleguemos a la vida divina por la cual se ha sacrificado: "Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros." Y pide que a pesar de estar en el mundo vivamos bajo la luz de la verdad de la Palabra de Dios.

Así Jesucristo es el Rey y el Pastor del Reino de Dios, que sacándonos de las tinieblas, nos guía y cuida en nuestro camino hacia la comunión plena con Dios Amor.

Desde la antigüedad se ha llamado Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, en razón al supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que:

reina en las inteligencias de los hombres porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad;

reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobles propósitos;

reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie —entre todos los nacidos— ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús.

Sin embargo, profundizando en el tema, es evidente que también en sentido propio y estricto le pertenece a Jesucristo como hombre el título y la potestad de Rey, ya que del Padre recibió la potestad, el honor y el reino; además, siendo Verbo de Dios, cuya sustancia es idéntica a la del Padre, no puede menos de tener común con él lo que es propio de la divinidad y, por tanto, poseer también como el Padre el mismo imperio supremo y absolutísimo sobre todas las criaturas.

Ahora bien, que Cristo es Rey lo confirman muchos pasajes de las Sagradas Escrituras y del Nuevo Testamento. Esta doctrina fue seguida por la Iglesia –reino de Cristo sobre la tierra- con el propósito celebrar y glorificar durante el ciclo anual de la liturgia, a su autor y fundador como a soberano Señor y Rey de los reyes.

En el Antiguo Testamento, por ejemplo, adjudican el título de rey a aquel que deberá nacer de la estirpe de Jacob; el que por el Padre ha sido constituido Rey sobre el monte santo de Sión y recibirá las gentes en herencia y en posesión los confines de la tierra.

Además, se predice que su reino no tendrá límites y estará enriquecido con los dones de la justicia y de la paz: "Florecerá en sus días la justicia y la abundancia de paz... y dominará de un mar a otro, y desde el uno hasta el otro extrema del orbe de la tierra".

Por último, aquellas palabras de Zacarías donde predice al "Rey manso que, subiendo sobre una asna y su pollino", había de entrar en Jerusalén, como Justo y como Salvador, entre las aclamaciones de las turbas, ¿acaso no las vieron realizadas y comprobadas los santos evangelistas?

En el Nuevo Testamento, esta misma doctrina sobre Cristo Rey se halla presente desde el momento de la Anunciación del arcángel Gabriel a la Virgen, por el cual ella fue advertida que daría a luz un niño a quien Dios había de dar el trono de David, y que reinaría eternamente en la casa de Jacob, sin que su reino tuviera jamás fin.

El mismo Cristo, luego, dará testimonio de su realeza, pues ora en su último discurso al pueblo, al hablar del premio y de las penas reservadas perpetuamente a los justos y a los réprobos; ora al responder al gobernador romano que públicamente le preguntaba si era Rey; ora, finalmente, después de su resurrección, al encomendar a los apóstoles el encargo de enseñar y bautizar a todas las gentes, siempre y en toda ocasión oportuna se atribuyó el título de Rey y públicamente confirmó que es Rey, y solemnemente declaró que le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Pero, además, ¿qué cosa habrá para nosotros más dulce y suave que el pensamiento de que Cristo impera sobre nosotros, no sólo por derecho de naturaleza, sino también por derecho de conquista, adquirido a costa de la redención? Ojalá que todos los hombres, bastante olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador, ya que con su preciosa sangre, como de Cordero Inmaculado y sin tacha, fuimos redimidos del pecado. No somos, pues, ya nuestros, puesto que Cristo nos ha comprado por precio grande; hasta nuestros mismos cuerpos son miembros de Jesucristo.

Campo de la realeza de Cristo

a) En lo espiritual

Sin embargo, los textos que hemos citado de la Escritura demuestran, y el mismo Jesucristo lo confirma con su modo de obrar, que este reino es principalmente espiritual y se refiere a las cosas espirituales. En efecto, en varias ocasiones, cuando los judíos, y aun los mismos apóstoles, imaginaron erróneamente que el Mesías devolvería la libertad al pueblo y restablecería el reino de Israel, Cristo les quitó y arrancó esa vana imaginación y esperanza. Asimismo, cuando iba a ser proclamado Rey por la muchedumbre, que, llena de admiración, le rodeaba, El rehusó tal título de honor huyendo y escondiéndose en la soledad. Finalmente, en presencia del gobernador romano manifestó que su reino no era de este mundo. Este reino se nos muestra en los evangelios con tales características, que los hombres, para entrar en él, deben prepararse haciendo penitencia y no pueden entrar sino por la fe y el bautismo, el cual, aunque sea un rito externo, significa y produce la regeneración interior. Este reino únicamente se opone al reino de Satanás y a la potestad de las tinieblas; y exige de sus súbditos no sólo que, despegadas sus almas de las cosas y riquezas terrenas, guarden ordenadas costumbres y tengan hambre y sed de justicia, sino también que se nieguen a sí mismos y tomen su cruz.

b) En lo temporal

Se cometería un grave error el negársele a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal manera que todas están sometidas a su arbitrio. Sin embargo, mientras él vivió sobre la tierra se abstuvo enteramente de ejercitar este poder, despreciando la posesión y el cuidado de las cosas humanas, así también permitió, y sigue permitiendo, que los poseedores de ellas las utilicen.

¿Cuáles son los frutos que para el bien de la Iglesia y de la sociedad civil nos promete el público homenaje de culto a Cristo Rey?

a) Para la Iglesia

En efecto: tríbutando estos honores a la soberanía real de Jesucristo, recordarán necesariamente los hombres que la Iglesia, como sociedad perfecta instituida por Cristo, exige —por derecho propio e imposible de renunciar— plena libertad e independencia del poder civil; y que en el cumplimiento del oficio encomendado a ella por Dios, de enseñar, regir y conducir a la eterna felicidad a cuantos pertenecen al Reino de Cristo, no pueden depender del arbitrio de nadie.

Más aún: el Estado debe también conceder la misma libertad a las órdenes y congregaciones religiosas de ambos sexos, las cuales, siendo como son valiosísimos auxiliares de los pastores de la Iglesia, cooperan grandemente al establecimiento y propagación del reino de Cristo, ya combatiendo con la observación de los tres votos la triple concupiscencia del mundo, ya profesando una vida más perfecta, merced a la cual aquella santidad que el divino Fundador de la Iglesia quiso dar a ésta como nota característica de ella, resplandece y alumbra, cada día con perpetuo y más vivo esplendor, delante de los ojos de todos.

b) Para la sociedad civil

La celebración de esta fiesta, que se renovará cada año, enseñará también a las naciones que el deber de adorar públicamente y obedecer a Jesucristo no sólo obliga a los particulares, sino también a los magistrados y gobernantes.

A éstos les traerá a la memoria el pensamiento del juicio final, cuando Cristo, no tanto por haber sido arrojado de la gobernación del Estado cuanto también aun por sólo haber sido ignorado o menospreciado, vengará terriblemente todas estas injurias; pues su regia dignidad exige que la sociedad entera se ajuste a los mandamientos divinos y a los principios cristianos, ora al establecer las leyes, ora al administrar justicia, ora finalmente al formar las almas de los jóvenes en la sana doctrina y en la rectítud de costumbres. Es, además, maravillosa la fuerza y la virtud que de la meditación de estas cosas podrán sacar los fieles para modelar su espíritu según las verdaderas normas de la vida cristiana.

c) Para los fieles

Porque si a Cristo nuestro Señor le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; si los hombres, por haber sido redimidos con su sangre, están sujetos por un nuevo título a su autoridad; si, en fin, esta potestad abraza a toda la naturaleza humana, claramente se ve que no hay en nosotros ninguna facultad que se sustraiga a tan alta soberanía. Es, pues, necesario que Cristo reine en la inteligencia del hombre, la cual, con perfecto acatamiento, ha de asentir firme y constantemente a las verdades reveladas y a la doctrina de Cristo; es necesario que reine en la voluntad, la cual ha de obedecer a las leyes y preceptos divinos; es necesario que reine en el corazón, el cual, posponiendo los efectos naturales, ha de amar a Dios sobre todas las cosas, y sólo a El estar unido; es necesario que reine en el cuerpo y en sus miembros, que como instrumentos, o en frase del apóstol San Pablo, como armas de justicia para Dios(35), deben servir para la interna santificación del alma. Todo lo cual, si se propone a la meditación y profunda consideración de los fieles, no hay duda que éstos se inclinarán más fácilmente a la perfección.

Reino de Dios
(En Mateo, generalmente Reino de los Cielos).

En esta expresión se sintetiza la enseñanza más profunda del Antiguo Testamento, pero se debe tener en cuenta que la palabra reino significa también gobierno; por lo tanto significa no tanto el reinado propiamente dicho sino el dominio del rey (cf. del hebreo caldaico MLKVCH Dan. 4,28-29). El griego basileia del Nuevo Testamento tiene también estos dos significados (cf. Aristóteles, "Pol.", II, xi, 10; II, XIV; IV, XIII, 10).

Encontramos la enseñanza del Nuevo Testamento prefigurada en la teocracia esbozada en Éxodo 19,6; en la institución del reino, 1 Sam. 8,7: "Porque no te han rechazado a ti, me han rechazado a mí, para que no reine sobre ellos.” Se indica aún más claramente en la promesa del reino teocrático, 2 Sam. 7,14-16. Es Dios quien gobierna en el rey teocrático y quien vengará cualquier negligencia de su parte. A través de todo el salterio se encuentra este mismo pensamiento (cf. Sal. 9-10,5); se insiste constantemente en que el trono de Dios está en el cielo y que allí está su reino; esto puede explicar la preferencia de San Mateo por la expresión "reino de los cielos" como más familiar para los hebreos para quienes él escribió.

Los profetas insisten en este pensamiento de que Dios es el Rey Supremo y por él sólo gobiernan todos los reyes; cf. Isaías 37,16-20. Y cuando la monarquía temporal ha fallado, este mismo pensamiento del gobierno final de Dios sobre su pueblo empieza a manifestarse con más claridad hasta culminar en la gran profecía de Dan. 7,13 ss., a la cual se tuvieron que haberse vuelto los pensamientos de los oyentes de Cristo cuando le oían hablar de su reino. En esa visión el poder de gobernar sobre todas la fuerzas del mal simbolizadas por las cuatro bestias, que son los cuatro reinos, es dado a "uno como el hijo de hombre”. Al mismo tiempo vislumbramos en los salmos apócrifos de Salomón de la forma en que, lado a lado con la verdad, los de mentes carnales abrigaron la idea de una soberanía temporal del Mesías, una idea que ejercería tan funesta influencia en las siguientes generaciones (Lucas 19,11; Mateo 18,1; Hechos 1,6); cf. especialmente el salmo de Salomón 17,23-28, donde se le suplica a Dios que suscite al rey, el hijo de David para que aplaste a las naciones y purifique a Jerusalén, etc. En el Libro de la Sabiduría griego, sin embargo, encontramos la más perfecta realización de lo que implica verdaderamente este “gobierno” de Dios ---"Ella (la Sabiduría) conduce al hombre justo por sendas de acceso directo y le muestra el reino de Dios", es decir, en qué consistía ese reino.

En el Nuevo Testamento la repentina llegada de este reino es el único tema: "Haced penitencia porque el reino de los cielos está cerca", dijo el Bautista, y las primeras palabras de Cristo al pueblo no hacen sino repetir este mensaje. En cada etapa de su enseñanza la llegada del reino, sus varios aspectos, su significado preciso, el camino por el que se alcanza, constituyen el elemento básico de sus discursos, tanto así que a su discurso se le llama “el evangelio del reino”. Se deben estudiar los diversos matices de significado que contiene la expresión. En boca de Cristo el "reino" significa no tanto una meta que debe alcanzarse o un lugar ---aunque esos significados no se pueden excluir de ningún modo; cf. Mt. 5,3; 11,2, etc. --es también un estado mental (Lc. 17,20-21), representa una influencia que debe impregnar las mentes de los hombres si quieren ser uno con Él y alcanzar sus ideales; cf. Lc. 9,55. Es sólo percibiendo estas sombras de significado que podremos hacerle justicia a las parábolas del reino con su infinita variedad. A veces el "reino" significa el dominio de la gracia en los corazones de los hombres, por ejemplo, en la palabra de la semilla que crece en secreto (Marcos 4,26 ss.; cf. Mt. 21,43); y así, también, es combatido y explicado por el reino contrario del diablo (Mt. 4,8; 12,25-26). Otras veces es la meta a la cual debemos apuntar, por ejemplo, Mt. 3,3. Una vez más, es el lugar donde se describe que Dios reina (Mc. 14,25).

En la segunda petición del Padre Nuestro ---"Venga a nosotros tu reino"--- se nos enseña a orar por la gracia y por la gloria. Cuando los hombres avanzan en la comprensión de la Divinidad de Cristo, crecen en el conocimiento de que el Reino de Dios es también el reino de Cristo ---fue aquí que sobresalió la fe del buen ladrón: "Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino". Así, también, cuando los hombres percibieron que este reino necesitaba un cierto estado anímico, y vieron que este singular espíritu estaba consagrado en la Iglesia, empezaron a hablar de la Iglesia como "el reino de Dios"; cf. Col. 1,13; 1 Tes. 2,12; Apoc. 1,6-9 y 5,10, etc. Se consideraba que el reino pertenecía a Cristo y que éste se lo entrega al Padre; cf. 1 Cor. 15,23-28; 2 Tim. 4,1. El reino de Dios significa, entonces, el reinado de Dios en nuestros corazones; significa esos principios que nos separan del reino del mundo y del diablo; significa el benigno predominio de la gracia; significa la Iglesia como institución divina por la que podemos estar seguros de alcanzar el espíritu de Cristo y así conseguir ese último reino de Dios, en donde Él reina eternamente en "la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios" (Apoc. 21,2).


Bibliografía: MAURICE, The Gospel of the Kingdom of Heaven (Londres, 1888); SCHURER, The Jewish People in the Time of Christ, div. II, vol. II; WEISS, Apoligie du Christianisme, II y X; y especialmente ROSE, Etudes sur les Evangiles (París, 1902).

Fuente: Pope, Hugh. "Kingdom of God." The Catholic Encyclopedia. Vol. 8. New York: Robert Appleton Company, 1910.

Oracion

¡Oh Jesús! Te reconozco por Rey Universal
Todo cuanto ha sido hecho Tú lo has creado
Ejerce sobre mí todos tus derechos
Renuevo las promesas de mi bautismo,
renunciado a Satanás, a sus seducciones y a sus obras;
y prometo vivir como buen cristiano
Muy especialmente me comprometo a procurar, según mis medios,
el triunfo de los derechos de Dios y de tu Iglesia
Divino Corazón de Jesús, te ofrezco mis pobres obras
para conseguir que todos los corazones reconozcan tu sagrada realeza
y para que así se establezca en todo el mundo el Reino de tu Paz.


Oración: Que viva mi Cristo

Que viva mi Cristo, que viva mi Rey
que impere doquiera triunfante su ley,
que impere doquiera triunfante su ley.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!
Mexicanos un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión
a ese Padre gozosos cantemos,
empuñando con fe su pendón.
Él formó con voz hacedora
cuanto existe debajo del sol;
de la inercia y la nada incolora
formó luz en candente arrebol.
Nuestra Patria, la Patria querida,
que arrulló nuestra cuna al nacer
a Él le debe cuanto es en la vida
sobretodo el que sepa creer.
Del Anáhuac inculto y sangriento,
en arranque sublime de amor,
formó un pueblo, al calor de su aliento
que lo aclama con fe y con valor.
Su realeza proclame doquiera
este pueblo que en el Tepeyac,
tiene enhiesta su blanca bandera,
a sus padres la rica heredad.
Es vano que cruel enemigo
Nuestro Cristo pretenda humillar.
De este Rey llevarán el castigo
Los que intenten su nombre ultrajar.

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